Bailando por el mundo con Celia Dávila

Celia Dávila, bailarina vitoriana, establece su primer contacto con la danza con apenas cuatro años. Esa pasión que siente desde siempre por esta disciplina, y en concreto por el ballet, le ha llevado a ganar una serie de becas de formación en Cannes, Mónaco y Boston. En 2016 ingresa en la escuela de Carmina Ocaña y Pablo Savoye para continuar su formación. Baila el papel de Olga en Picasso, del reconocido Antonio Ruiz y, tras participar en Don Quijote Suite de José Carlos Martínez, en 2019 ingresa en la CND bajo la dirección de Joaquín De Luz.

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He leído que comenzaste a bailar a los 4 años, una edad súper temprana. Cuéntame, ¿cómo fue ese primer contacto con la danza?  

Siempre he sido una niña un poco activa, siempre me ha gustado bailar y he tenido la suerte de que mis padres lo han sabido ver. Me apuntaron a una pequeña escuela en Vitoria, llamada Traspasos; empecé con cuatro y estuve a hasta los siete años. No era una escuela de ballet, sino una especie de escuela de danza creativa, para que los niños se muevan. Luego, en la “ikastola” (colegio), una amiga de un curso superior empezó a ir al conservatorio de danza, y mi madre me propuso apuntarme, a lo que yo dije que sí.  Mientras tanto, como a mis padres siempre les ha gustado mucho el arte y la cultura, me metieron a estudiar música e hice el grado elemental de violín. Estuve en los dos conservatorios hasta sexto de primaria, porque  en primero de la ESO el grado medio ya te exige más horas y el violín no era para mí.

 

Siendo vitoriana, ¿has bailado alguna vez algo de “euskal dantzak” (danzas folclóricas vascas)? ¿Tal vez como “neska” (apodo de las chicas) durante las fiestas de Vitoria?

En el conservatorio, empezaron a dar clases de “euskal dantzak”. En todos los festivales había que bailar un “aurresku” (baile clásico de respeto y homenaje) antes de comenzar una actuación. No me acuerdo si lo llegué a bailar o no, pero sí que me lo tuve que aprender. Y en fiestas de Vitoria con las amigas siempre bailas algo.

Has recibido numerosas becas que te han permitido estudiar en Cannes y en Mónaco. ¿Cómo fueron esas experiencias internacionales? 

Me presente a varios concursos en España;  dos veces me dieron una beca para ir a Cannes. El primer año fui con mi profesora de ballet, Elena Llanos; gracias a ella aprendí mucho del ballet. Claro que es diferente ir con tu profesora que ir sola. La primera vez era muy pequeñita, porque apenas tenía trece o catorce años. La verdad es que fue muy “guay” porque en Cannes enseñan un montón de disciplinas. Por la mañana había suelo de barra, que en Francia es muy típico, luego clase de ballet, puntas, y más tarde se hacía repertorio… Aparte de esas clases obligatorias, por la tarde había voluntarias, baile contemporáneo, jazz… Tener la oportunidad de ver todo eso con catorce años me abrió mucho mundo, la verdad.

Ya de más mayor hice un cursillo en Boston (EEUU) al que fui sola (tenía diecisiete años), y fue una experiencia del tipo “golpe de realidad”, como digo yo. Incluso me perdieron la maleta, fue un poco “problema tras problema”. Aprendí  mucho, no solo de la danza, sino de la vida, me enseñó muchas cosas. Y en Mónaco hice la audición para el cursillo y me becaron. Fue una semana después de Boston y fue genial, porque como ya estaba en Europa me sentía como en casa.

 

También has ganado unos cuántos concursos, como el Ribarroja del Turia, el Certamen Ciudad de Barcelona, el Concurso de Torrelavega y varios premios en Bilbao ¿Cuál fue el más especial?

El más especial fue el primero, en Bilbao. Tenía catorce años creo, y nunca había ido a un concurso. En el mundo del ballet los concursos no son al igual que en otros deportes, como en la gimnasia rítmica por ejemplo, que te evalúan por los tiempos o por unas pautas ya establecidas. El ballet es muy subjetivo, hay mucha parte personal. Y como desde mi conservatorio solo iban a los concursos las “niñas bonitas”, aquellas que tenían un talento muy grande, cuando mi profesora me lo propuso me llevé una sorpresa. Me lo tomé como si fuera de paseo, pensé: “veo el Teatro Euskalduna por dentro y los vestuarios y me voy a mi casa.” Y cuando gané, la sensación de reconocimiento que tuve por todo el trabajo realizado fue increíble.

El ballet también es muy estético respecto al físico del bailarín o bailarina (un empeine bonito, un buen en dehors.  La gente que tiene un físico más normal tiene que trabajarlo el doble. En mi opinión hay que tener algo especial. El hecho de que, en mi caso, me valoraran eso con trece o catorce años me hizo mucha ilusión. La estética tiene que existir porque el ballet al final es estética, pero creo que un artista tiene que tener algo bonito dentro, y ahí también entra el gusto, que es muy subjetivo. En algunas escuelas o conservatorios te machacan mucho con el físico, en mi caso no fue excesivo pero es verdad que cuando entras al mundo real te das cuenta de que hay gente en muy buenas compañías que técnicamente están peor que tú pero como tienen mejores condiciones físicas están dentro. Cuando alguien valora ese pequeño artista que lle

En 2016 te mudas a Madrid para seguir con tu formación ¿Cómo llevaste el cambio? ¿Crees que habría que intentar construir más centros de danza de referencia para que la gente no se vea obligada a mudarse a la capital?

Ese tema es muy complicado, porque en mi opinión lo importante de la enseñanza es de quién aprendes o quién te enseña, no el lugar donde lo haces. En la vida en general el nombre y la fama siempre llaman más. Muchas compañías tienen su propia escuela y en mi opinión la mayoría de las personas se van a estudiar a estos centros por su nombre y prestigio sin saber que lo importante es aquella persona que te va a enseñar.

Por ejemplo, las escuelas con gran prestigio son aquellas donde se han formado los mejores bailarines de la historia de la danza; Bournonville, Balanchine, Nureyev, Margot Fonteyn, Baryshnikov, Makarova etc. pero hoy en día se rigen por su propio estilo y técnica. Por ejemplo, en el English National Ballet los ingleses tienen su técnica, y en la Ópera de París los franceses tienen la suya propia. En mi opinión, no se suelen adaptar mucho al cuerpo físico propio de cada bailarina si no a la pura técnica y disciplina.

En mi caso, hice muchas audiciones y me cogieron en varias escuelas, pero decidí que necesitaba mejorar mi técnica y preferí ir a una escuela donde sabía quién y cómo me iba a impartir las clases. Por eso finalmente decidí estudiar con Carmina Ocaña, que fue la profesora de mi profesora Elena (había asistido a varios cursillos suyos)  y Pablo Savoye; ellos tienen una forma de trabajar muy individualizada en cada bailarina, y eso me gustaba. Por eso mismo tome la decisión de irme a la escuela de Carmina, que era lo que mejor me iba a venir para conseguir un trabajo en un futuro.

En 2018 tienes la oportunidad de interpretar a Olga en Picasso, de Antonio Ruiz. ¿Cómo construiste ese papel? ¿Cómo fue la experiencia? 

Fue una experiencia muy bonita porque él es un grande de la danza española y flamenca. Para mí fue una súper oportunidad, porque además, cuando creó la obra Picasso fue con la reconocida bailarina María Giménez, de la escuela de Víctor Ullate. Que Antonio Ruiz, una persona tan grande en un mundo que realmente es paralelo al nuestro, me escogiera fue impresionante; yo le conocía porque mis padres me han dado una cultura, pero mucha gente no conoce la danza española.

Y además, la experiencia de viajar a Estambul con una compañía de flamenco, fue algo de otro mundo. Son completamente diferentes a nosotros, los bailarines de clásico. Nosotros en mi opinión somos un poco más disciplinados. Si yo, por ejemplo, mañana tengo una función, me acuesto pronto, descanso para estar bien, hago mi calentamiento, mi clase y por último la función. Ellos no. Ellos llegan una hora antes del show, “dan dos tacones” hacen la función y se van. ¡Se han tirado todo el día viendo Estambul, y encima bailan mejor que tú! (risas). Es alucinante, la manera que también tienen ellos de vivir, esa pasión… Me encantó la experiencia. Yo era la única de danza clásica, y me ves estirando en la barra con las puntas, y ellos sentados en el suelo comiendo… ¡No me lo podía creer! (risas)

Eres una de las últimas incorporaciones de la CND, de hecho, ingresaste con el cambio de director, en 2019. ¿Cómo viviste las pruebas de audición? ¿Qué significa para ti bailar en una compañía nacional? 

En aquel momento estaba a en una época de mi vida en la que no sabía muy bien qué hacer, y me presenté a la audición por presentarme, pero realmente fui muy tranquila. Cuando vi que pasé a la siguiente fase no me lo creía, digo “aquí hay un error”. Cuando nos tocó hacer la variación de una en una, no tuve esos nervios que sueles tener en unas audiciones. Estaba tranquila, creo que tenía claro que no me iban a coger, y pensaba “bueno pues una audición más”. Y creo que esa tranquilidad fue la que me ayudó a bailar mejor. Realmente yo quedé segunda, y pasé a una lista de espera.  Cuando me llamaron en septiembre para empezar, yo ya tenía otro contrato firmado que tuve que rechazar, y así fue como entré en la CND.

 

¿Se puede saber, en exclusiva, dónde era ese otro contrato?

Me iba a ir a Irlanda tres meses con la Compañía Nacional de Irlanda, a una producción de El Lago de los Cisnes. Como me obligaban a firmar en julio y no me llamaban de la CND, tampoco iba a esperar, así que lo hice. Y cuando el INAEM me llamó en septiembre, tuve que rechazar el de Irlanda. Se enfadaron un poquito conmigo porque me estaban haciendo el traje… Pero me compensaba mucho más quedarme aquí, la CND es más grande, y como española me gusta trabajar en mi país, porque aquí encima la situación de la danza es muy complicada. Y no sólo eso, como además comenzaba un nuevo director, Joaquín De Luz, eran nuevas cosas… me apetecía mucho la verdad.

Estoy muy contenta, estoy aprendiendo mucho, soy como una esponja. Me pongo en una esquina y escucho todo, observo mucho… es una profesión muy bonita.

Tu primera pieza en la CND fue Don Quijote Suite, creada por José Carlos Martínez, pero con la CND ya dirigida por Joaquín De Luz. ¿Pudiste trabajar con ambos? ¿Qué destacarías de cada uno? 

Me llamaron para bailar durante los últimos 15 días de José Carlos Martínez, porque era el 40 aniversario de la CND y fue un contrato de refuerzo de una quincena, para bailar Don Quijote Suite, y tuve mucha suerte porque como muchos bailarines estaban de vacaciones bailé como una más de la compañía. En el momento no me di cuenta (estaba feliz, claro) pero ahora viéndolo con perspectiva la verdad es que me lo pase pipa. Creo que no he tenido otra experiencia profesional comparable, relacionada con la danza y de la que me sienta tan orgullosa como de aquella. Además, trabajé con un director que no me había escogido, porque la audición que hice fue con Joaquín De Luz, no con José Carlos Martínez. La verdad es que con José estuve muy poquito tiempo, pero puedo decir que conmigo fue una persona muy amable, muy tranquilo… Me dio la oportunidad de ser una más.

Y Joaquín, como viene de América tiene otra percepción, que creo que viene bien aquí, ha cambiado mucho la estructura de la Compañía en comparación a la de José. Se trabaja mucho la verdad, pero me gusta la manera en la que se enfoca el trabajo y estoy muy contenta.

Y hablando de coreógrafos, ¿cómo ves la situación actual de las mujeres en el rol de coreógrafas?

Es un tema complicado. El mundo del ballet sin querer es machista, los chicos no llevan puntas las chicas sí… Las normas del ballet en una clase también son sexistas, aunque ahora sean algo diferentes. Por ejemplo, las barras del centro normalmente las cogen los chicos, no las chicas… Es un tipo de educación que te enseñan de chiquitita. El ballet es machista y entonces afecta a todo. Hay menos bailarines hombres, por lo que la competitividad de que tienen los chicos y las chicas no es en absoluto similar. Espero que con el tiempo se empiece a reconocer el trabajo de ambos géneros de la misma manera, que ya se está haciendo, pero aún no es suficiente.

¿Qué pieza le recomendarías ver a una persona que quiera acercarse a un teatro para veros bailar?  

Para gustos los colores. Es verdad que una persona que va por primera vez al ballet, normalmente, o le encanta, o se duerme. De pequeña era muy fanática del ballet y todos los sábados y domingos me veía videos de ballet con mi madre, mientras que mi hermano y mi padre se quedaban dormidos. Un ballet clásico completo entiendo que se pueda hacer pesado, porque suelen ser largos. El Lago de los Cisnes, por ejemplo, el primer y segundo acto son muy bonitos pero el tercero ya se te puede hacer más aburrido. Giselle es más cortito pero el segundo acto también se puede hacer pesado. Para mí el ballet más gracioso es La Fille mal gardée de Frederick Ashton, en la versión del Royal Ballet. Es sobre una chica que es mala, que quiere ver a su chico, y su madre la regaña. No hay un segundo acto serio o triste. Las partes lentas del ballet, si no entiendes de técnica pueden aburrir.  La Fille mal gardée es todo alegría, y para el público se hace más ameno. Es un ballet que me gusta mucho.

Y para celebrar este día, ¿cuál es tu postre o comida de cumpleaños favorita? 

Aunque he sido muy chocolatera, es cierto que las tartas nunca me han encantado… Pero mi tarta favorita es la de queso, ya sea horneada o fría. Pero ojo, tiene que tener galletita por debajo (risas).

CELIA DÁVILA – CUERPO DE BAILE CND

Entrevista por: Sandra Cadenas